Navidad

   La Navidad cada vez se está convirtiendo en algo más triste para mí. Primero ya faltan en mi vida personas muy importantes, como son como son mi marido, mi abuela y mi padre. Sobretodo las primeras, se fueron demasiado cjóvenes, uno tenía 47 años y otra 53. Mi abuela, a la que adoraba se fue con 97 años; pero, aunque murió mayor, supuso para mí, en mi vida, una perdida muy importante, además falleció el 1 de enero. Mi padre falleció con 78 años.

   Sé que mis hijos lo pasan fatal en estas fechas porque adoraban a su padre y se quedaron sin él en plena preadolescencia. Luego la Navidad también supone para mí un gasto enorme de dinero pues cada vez somos más familia, treinta, y tengo que hacer regalos a todos. Para colmo de males este fin de año les pegué a toda mi familia un susto tremendo porque me dio una crisis epiléptica, que no sé si fue general; pero ese espacio de tiempo no lo recuerdo. Cuando volví en sí me mandaron a la cama con cajas destempladas.

   A parte, pienso, que la Navidad se está convirtiendo en consumismo puro ¿tengo que hacer 30 regalos? Mi hija este año es quien se ha tragado las colas y quién me ha dicho qué tenía que comprar porque a mí todo me desborda.

   Por otro lado también tiene cosas buenas, y es que toda la familia, puesto que cada uno vive en un lugar diferente, nos juntamos en estas fechas y procuramos pasarlo bien juntos.  

   Una anécdota, no afortunada, que os quiero contar es que mi abuela fallece un 31 de enero por la noche y lo primero que aparece cuando damos el aviso para que vengan a levantar el cadáver es la Guardia Civil, que espera allí del orden de dos horas hasta que aparece una médico filipina que no sabe hablar apenas español. Esta señora dice que mi abuela está viva, mi hermano que es médico también le contesta que para su desgracia su abuela ha fallecido y la señora no se baja del burro hasta que llegó el cura, que también era médico y le preguntó qué pensaba él y contestó que había fallecido.

Dolores 


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